La caza ha quitado mucha hambre en este país;
especialmente la caza furtiva, pues las proteínas animales no eran un bien al
alcance de los bolsillos más flojos. Esto obligaba a la gente a echarse al
monte en busca de algo que llevarse a la boca, por lo general propiedad del
“señor” de las tierras, dueño de todo lo que se menea y lo que no se menea dentro de sus dominios. Personajes que no están dispuestos a compartir con sus
lacayos.
En origen y en plena Edad Media, el gusto por lo agridulde era lo habitual.
Por lo general las carnes procedentes de caza, suelen
ser más ácidas que las de origen doméstico. Esto lleva a
equilibrar los guisos con algún tipo de azúcar o fruta, resultando habitual
incluir chirivías que aportan un dulzor anisado.
En este caso en particular el
conejo crea una simbiosis casi natural con la pera.
Vamos a fogones:
Ingredientes para 4 comensales:
Un conejo de monte de un kilo.
6 peras.
Una cebolla, 200 g.
Medio puerro.
Una zanahoria.
Una chirivía.
2 dientes de ajo.
Media rama de canela.
12 granos de pimienta negra.
8 ramitas de menta.
200 ml de aceite de oliva virgen.
250 ml de vino tinto.
Una cucharada de azúcar moreno.
Sal al gusto.
8 nueces.
En una olla con 100 ml de aceite, freímos las tajadas de conejo
hasta dorar y reservamos.
En el aceite restante, pochamos las verduras trinchadas, junto
con dos peras, la menta, 4 nueces y las especias.
Añadimos el vino y cocinamos otros 15 minutos.
Trituramos la salsa con ayuda de la batidora y la colamos.
Incorporamos el conejo y cubrimos ligeramente con agua,
manteniendo la cocción hasta que el conejo quede tierno.
Iremos espumando para retirar grasas e impurezas.
Entre tanto pelamos las otras cuatro peras, las cortamos por la mitad y las
freímos suavemente en una sartén aparte, con azúcar moreno hasta dorar.
Añadimos las peras a la olla, dejando cocinar otros 3 minutos y
rectificamos de sal.
Apagamos el fuego con la olla tapada para intensificar aromas y
sabores.
Serviremos con el resto de nueces troceadas.
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