Nací a finales de un frío invierno de 1960
en Villalpardo, un pueblecillo de la Manchuela conquense.
Mi formación en la cocina tuvo su origen en las costas del Levante Español.
Mi formación en la cocina tuvo su origen en las costas del Levante Español.
Con quince años comencé a trabajar en el mundo de la
hostelería, pero fue a los diecisiete cuando pisé por primera vez una cocina
profesional. Desde entonces, durante todos los fines de semana y veranos de mi
vida de estudiante, me fui rodeando de cuchillos, cucharones y pucheros. Así estuve
hasta los veintiséis años compaginando estudios y fogones.
En esos años de temporero, pasé por la
cocina de restaurantes de lo más variopinto, casi todos ellos de poco lustre y
larga batalla; con jornadas interminables, por sueldos medievales de tarde mal
y nunca.
Dentro de las salas de fogones con cuarenta
grados a la sombra, como si de un campo de batalla se tratara, marchaba armado
con trinchador y puntilla en la diestra y mil cicatrices de guerra en la zurda.
Por el interior de esos obradores iba sembrando de pellejos y restos de
uñas, la madera de las tablas de cocina.
Siempre lucía múltiples condecoraciones de
harina y pringue en el uniforme de guerra, “engorrinando” y empapando
las camisetas de promoción, reclamadas a los despenseros de cocina.
Todo ello aderezado con gruñidos y algunos
pescozones de espoleo, para azuzar en las arduas faenas de fogones; eso para
gratificar las siete jornadas de trabajo a la semana, de los tórridos veranos
de la Costa Levantina.
A lo largo de esas agotadoras batallas
culinarias, he topado con gente curtida, gente inmersa en el oficio hasta las
trancas, personajes especializados en ciertos guisos, que en la mayoría de
ocasiones, vienen arrastrando de sus antecesores y maestros desde generaciones
pasadas.
Las recetas siempre enfrascadas en la memoria, eran un legado que se transmitía de boca en boca, donde cada día se peleaba por mantener parecido con la fórmula heredada, cual si de una ecuación de alquimia se tratara.
Las recetas siempre enfrascadas en la memoria, eran un legado que se transmitía de boca en boca, donde cada día se peleaba por mantener parecido con la fórmula heredada, cual si de una ecuación de alquimia se tratara.
Casi todos estos soldados de fogones y
perolas, por su celo profesional, han ido soltando información y metodología de ataque casi a cuenta gotas, pero
al final se van desinflando y cuentan sus secretos; hasta el último detalle.
Cuando menos te lo esperas, con el resuello en la cepa de la oreja, cual
secreto de estado se tratara; te cuentan la receta a ti porque eres tú, pero rematando
la retórica con un: “y a nadie más”.
Tuve la suerte de trabajar con el chef
Rafael Sillero durante varias temporadas de verano en mi época de estudiante;
él fue quien me inicio a finales de los años setenta en la Cocina Española,
Francesa, Italiana y una buena parte de la Cocina Medieval, conocimientos adquiridos
durante su formación en una de las primeras escuelas de cocina y las largas campañas
de guerra culinaria por esos lares de Dios.
Por
aquellos entonces, en la batalla de los fogones se trabajaba en escenarios
muy precarios; nada que ver con las cocinas que conocemos en la actualidad.
Durante aquella época aprendí a grabar en mi mente los
mil olores y sabores del arte ancestral de los fogones. Desde entonces nunca me he desvinculado de las artes culinarias.
Pasados los años realicé un estudio minucioso acerca del arroz, algo que reflejé en mi primer libro de cocina:
El libro de los arroces,El arroz en mi memoria.
El libro de los arroces,El arroz en mi memoria.
Este siguiente periodo de cocina lo quiero expresar
aquí. Para ello he realizado un “ensayo”, experimentando hasta hacer renacer algunas
recetas dormidas y olvidadas, guisos que actualmente podamos disfrutar en
nuestras cocinas más presentes.
La cocina me ha proporcionado grandes
satisfacciones y buenos momentos compartidos alrededor de la mesa. Además de la
satisfacción gastronómica, la cocina también me ha abierto otras vías de
comunicación.
Quiero trasmitiros unas sensaciones y
recuerdos, del resultado de haber cocinado ciertos platos; todos ellos son
interpretaciones de lo que pudo ser el resultado final de la receta antigua. En
los recetarios antiguos, no suelen venir descripciones con muchos detalles de
cantidades, tiempos de cocción o acabados, por tanto esas elaboraciones, podían
variar en función de los aparejos de esa cocina, los arreglos de su despensa,
la pericia del cocinero, la cantidad de especias utilizadas, y por tanto la
modificación de aromas y sabores.
Parte de las recetas que encontrareis a lo
largo de este trabajo, proceden del “Llibre de Sent Soví (San Salvio)” datado
en 1324. El autor es anónimo y está escrito en lengua romance; lengua que nadie
se pone de acuerdo en certificar si es valenciano, catalán, mallorquín... pero
todos se lo quieren atribuir.
El libro trata platos desde la antigua
cocina griega y romana, hasta la cocina árabe y sefardí. Representa en buen
modo, el origen de la actual Dieta Mediterránea, con platos propios de casi
todas las regiones de la Península.
Otras
recetas provienen del “Libro de guisados de Ruperto de Nola”, año
1520, conformado con una recopilación de recetas, que entrecruza culturas
culinarias de judíos, moros y cristianos. Algunas de estas recetas son
aportaciones del libro de “Sent Soví” o de recetarios muy antiguos de convento,
como ocurre con sus recetas de “flaones, jinestada y janetes", que ya se
encontraban reflejadas en el cuaderno de contabilidad del Monasterio de Santa
Ana en la Barcelona de 1402.
El resto de recetas que aquí encontraréis,
provienen de recetarios de convento y cocina clásica popular, que aún se sigue
cocinando como hace siglos.
Quiero resaltar que el origen de los
buenos, grandes y mejores guisos, en gran parte, proceden de nuestras madres y
antecesoras, que tienen como origen los fogones familiares; en muchas ocasiones
son el resultado final de la imaginación y la falta de recursos del momento en
las distintas épocas de la historia.
Tomároslo como un relato de distintas
recetas y su elaboración.
La finalidad de este trabajo; casi un
tratado de cocina; puro trabajo de investigación de la gastronomía antigua,
tiene la intención de divulgar parte de las raíces y pilares de la gastronomía
actual, esas bases que actualmente conocemos como Dieta Mediterránea.
Una gran parte de estas recetas, en sus orígenes se podían calificar como de Alta Cocina, con elaboraciones que dan paso a la creación de "La Arquitectura de los Aromas y los Sabores", pura "Alquimia de Fogones".
Una gran parte de estas recetas, en sus orígenes se podían calificar como de Alta Cocina, con elaboraciones que dan paso a la creación de "La Arquitectura de los Aromas y los Sabores", pura "Alquimia de Fogones".
Algunas de estas recetas resultaban
sumamente complejas para su época, donde además hicieron tal despliegue de
medios, usando tantas especias caras para aquellos tiempos, que más parecía una
fanfarronada ostentosa de plato costoso, que un plato de comida; hasta el punto
que se decía:
"Te va a salir más
caro el ajo que el pollo"
De esta faceta tampoco nos hemos alejado
mucho en el siglo XXI.
El ¿por qué? de las 124
recetas.
A la hora de decidirme
por el número de recetas a incluir en el libro, podría haberlo basado en algún
libro antiguo, en un número comercial o algún número redondo popular.
Pues bien en mi caso esta
decisión viene vinculada a una de mis chifladuras, algún tipo de fijación u
obsesión que padezco con los números y alguna parte de las matemáticas.
De ahí viene que para que
un número tenga sentido y atractivo, ha de tener alguna lógica, o formar parte
de alguna secuencia matemática.
En mi primer libro de
cocina, "El libro de los arroces, El arroz en mi memoria", puse
111 recetas; en su segunda edición tiene 123 recetas. Hasta ahí todo muy
sencillo, son números bonitos y con una secuencia obvia. Pues bien, para este
libro que nos ataña, os descifro la secuencia; se trata del desarrollo de la
potencia de dos:
20 =
1
21 =
2
22 =
4
23 =
8
…
20
|
21
|
22
|
23
|
…
|
1
|
2
|
4
|
8
|
…
|
Para este libro, 12
recetas eran pocas; pero 1248 me parecían demasiadas.
La conclusión de este trabajo ha durado
dos años; dos años en los que iniciamos en mi casa, un cambio en las costumbres
de nuestra cocina y mesa. Al principio encontrábamos extrañeza en los nuevos
platos, pero con el paso del tiempo nos hemos ido adaptando a esos cambios, y
ahora nos gusta ese tipo de cocina cargada de aromas y sabores, que nuestra
cocina actual tiene en el olvido. En estos momentos no entendemos ciertos
guisos actuales sin determinadas especias y aliños.
Sin más preámbulo vamos a entrar en
materia de fogones.
Pedro Ponce Palomares
(P 3)
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